En este
barrio, en donde en la antigüedad hubo un templo en honor al dios Mercurio, se
erigió la Iglesia de San Andrés.
A pocos metros de allí y hace quinientos años vivió una mujer de nombre Elvira.
Elvira ya
tenía unos cuantos años y nunca había estado casada. Sus días transcurrían
entre unos campos donde recolectaba hierbas de diferentes clases y la casa que
tenía en la Calle del Tinte, adonde muchas mujeres iban a buscar medicinas para
sus aflicciones.
Un día como
cualquier otro, se dirigió hacia su casa una mujer de la nobleza llamada
Lucrecia. Esta mujer de alta cuna, estaba casada con Bernardino de la Rúa, que
la engañaba con otra mujer de baja reputación. Lucrecia quería conseguir que su
marido volviese a sus brazos, volver a recuperar su amor y que dejase a la
susodicha con la que fornicaba.
La bruja Elvira tenía
la solución, pero requería un sacrificio a la altura. Lucrecia debía conseguir
los ingredientes básicos, sangre de su propia menstruación, un cabello de la
amante del marido, semen de él y un gallo que jamás hubiese copulado con
ninguna gallina.
Hábil y
sigilosamente, Lucrecia fue juntando los ingredientes solicitados. La sangre no
era problema, apartó un pollito de sus hermanos para que creciese en soledad,
del chaquetón de su esposo pudo recoger los cabellos que necesitaba y a pesar
del espanto que le causaba, masturbó a su marido en la noche con su boca y
guardó el preciado líquido en un pequeño aceitero de barro.
Seis meses
más tarde estaba todo listo, la hechicera mezcló todos los elementos en una
olla de metal con vino de Montearagón,
aceites y un ungüento mezcla de su propia orina y grasa de cerdo. Luego de
horas y horas de cocción, con un olor pestilente, ordenó a la mujer que se
desnudase y degolló al pobre animal, untando por completo el cuerpo de la noble
dama con su sangre. Más tarde le dio a beber la horripilante
pócima y le
exigió que a las cuatro de la mañana, mientras todo el mundo dormía, diese dos
vueltas a la Iglesia de San Andrés, rodeando su huella con la sangre del gallo.
Obediente,
Lucrecia hizo todo lo que le ordenó la vieja, pero meses después su marido
seguía con su amante y además asistía a todos los burdeles que había en la
ciudad.
Lucrecia
enfermó gravemente de los pulmones y el corazón. Una noche tras una terrible
pesadilla corrió hacia la casa de la hechicera y la inquirió por no haber dado
solución a su mal. La bruja le prometió esta vez, un resultado que la
favoreciese, pero Lucrecia en un rapto de locura, le clavó un punzón en el
corazón. Días más tarde, unos caballeros de la Santa
Hermandad, encontraron a Lucrecia con un aspecto desaliñado y
completamente fuera de sus cabales. Les dijo que el mismísimo diablo había
estado copulando con ella noche tras noche y que a pesar de sus rezos no había
sido oída.
Después de
que el párroco le practicó un exorcismo, la mujer se mantuvo silente hasta el
día que falleció, varios años más tarde, habiendo sido recluida en un convento
de monjas para pagar el pecado de haber practicado la brujería.
Se cuenta
que en algunas noches se puede ver correr un gallo alrededor de la Iglesia de
San Andrés y si antes de una semana el que lo ve no se arrepiente de sus
pecados, también puede enfermar del estómago y del corazón.